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Publicado por : manuel contreras acuña a : jueves, 15 de mayo de 2014 0 comentarios
manuel contreras acuña
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Por Manuel Contreras

Siguiendo con la propuesta de acercar a nuestros lectores a nuevos estilos literarios, hoy os dejo con un breve cuento, un relato breve que se sitúa en extensión entre el microcuento y el relato propiamente:



Los faroles de colores iluminan la plaza. Corretean los niños entre los adultos, alguno, de vez en cuando, se agarra a la falda de alguna madre, por riñas, que olvidan rápido, para empezar otra vez a jugar. Casi todos quieren ser toreros, ninguno el toro. Salvo ese día.

Tormentoso se puso el cielo a la hora de la corrida, unas lejanas nubes negras amenazaban lluvia. Como si nada señalara lo peor, salió arduo y con el pecho en alto. Su semblante recio y su cara de roca, parecía no quebrarse por nada. Soltó el capote de paseo, cian y negro, resplandeciente. Al colocarse a esperar al toro, calló la primera gota, con fuerza, levantando el albero y dejando su huella. Pronto el cielo lloró como nunca lo había hecho.

Y bajo el diluvio hizo presencia Jazmín, “ventolero” y blanco, de hocico negruzco y patas estampadas como relamidas con carbón. Sus ráfagas iban al compás de los aires tormentosos, y su clara piel parecía la única luz en leguas que poder ver. Martín lo llevó de baile en la plaza, lo secuestró para danzar con bravura y sencillez, entre la lluvia y el barro. Jazmín levantaba los ¡Uis! del populacho escondido bajo los toldos de palos y pajas.

Nadie tocaba en la banda, el silencioso chapoteo de ambos y el crujir de las tablas competían con el lejano tronar. Jazmín corrió hacia el capote rosado y dio una sacudida tan fuerte, que al alzarse pareció ser un relámpago. Martín lo acompañó, dibujando un haz de color.

Los minutos pasaron en primer tercio, sin que las cornetas dijeran lo contrario, la lluvia caía tan fuerte que en poco tiempo, sólo quedaban los muchachos del pueblo, que se escondían como siempre bajo la carreta. Martín prosiguió, embarrado hasta las rodillas.

Los niños sonrientes alucinaban con cada movimiento, con cada engaño, cuando dejó de llover. El cielo se cubrió de mil rojos y mil naranjas, sólo el cian y blanco recordaban al cielo de la mañana. 

Martín se cuadró, y entró a matar sin espada. Ya le puso las banderillas con tres manotazos en el lomo de Jazmín. La suerte más difícil estaba a punto de darse, en un delirio tormentoso jaleó a los vientos, mientras, se volvía a llenar la plaza. Jazmín corrió al galope acompañado del viento y al arremeter sintió como Martín le tocó el pelacho que tenía entre los cuernos. Martín cayó al suelo, sin un rasguño. Pero Jazmín le arrebató la chaquetilla, parecía una gran nube ocultando el cielo.

Hoy los niños corretean en la feria dando bandazos. Ninguno es perdedor. Los padres hablan con mayor tranquilidad, y qué decir de las madres.

Imagen de toroprensa.com

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