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Los amantes oníricos

Publicado por : elmorante.es a : jueves, 27 de febrero de 2014 0 comentarios
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Por Juan José García

Hacía ya años que no la veía, y aun más que no recibía uno de sus mensajes envenenados de misterio. Pero lo que más me sorprendió, fue verla sentada precisamente en aquel banco. Donde todo comenzó y acabó en un simple segundo, que aun sigue durando.

Pensé que el tiempo y la distancia serían la formula de mi necesaria anestesia, pero mi torpeza por aprender a olvidar, se basaba más en recordarla como no era. Y es en ese falso lugar, donde los recuerdos comienzan a entrelazarse con los sueños, cuando uno queda relegado a vagar como un sonámbulo por la inopia, buscando las cenizas de un fuego que quizás nunca ardió.

Me costó medio minuto reconocerla desde la lejanía, y un solo segundo para saber que ella nunca había dejado de ser ELLA, tanto su parte real como la imaginaria. El tiempo solo había avivado la leyenda. Lo cual no lo deduje pensando, sino que fue mi cuerpo el que me lo advirtió, como poseído por algo ajeno a mí.

Era un domingo por la mañana, y yo tenía cara de pocos amigos tras haberme despojado hace poco del reino de las sábanas. Así que decidí evitar un choque eléctrico de miradas, o al menos para mí. Una centésima de segundo más tarde, llegué a la conclusión de que mi cara siempre era la de pocos amigos, y que no podía seguir huyendo eternamente de lo que quería. Así que decidí continuar andando con las dos opciones a la vez. En un paso la miraba, en otro también lo hacía, pero con los ojos cerrados. Así hasta comprobar que la tenía justo enfrente sonriendo con la misma mueca de complicidad que tanto añoraba.

Se levantó, y tras una utópica conversación de mil vidas que duró el efímero silencio en que nos detuvimos, se acercó a darme el diplomático beso de un saludo de amigos. Pero si la situación ya vertía un alto grado de misterio, el remate fue comprobar atónito que me estaba besando apasionadamente en los labios, a plena luz del día y en medio de la plaza del pueblo. Y digo besándome ella a mí, porque yo estaba tan extasiado que no era capaz de acompañar la danza de su boca. Sin embargo, mi instinto se hizo pronto con el dominio de mi cuerpo, y mandó a todos sus sentidos a esculpir la magia de ese instante para que nunca acabara. Aunque fue demasiado tarde, porque justo en ese momento...desperté.



Era algo tan real que solo podía ser soñado, y no solo descubrí que todo era falso, sino que nada más abrir los ojos, fui consciente de la latosa resaca que me daba los buenos días. Seguramente por el abuso de “agua del grifo” la pasada noche. Cinco minutos después, y más por aburrimiento que por cansancio, me levante como pude de la cama. Puse la televisión y sonó inmediatamente un mensaje en el móvil. Nada más leerlo, la palabra destino viajó por primera vez hacia el centro de mi vocabulario, al comprobar que se trataba de ella, y que me decía:

-¿Por qué despertaste tan pronto?

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